Vi a alguien subirse a un elevador. Sonríe. Pretende que ese momento es algo importante en su vida. Que es un momento que merece exponer los dientes y deleitar a los demás con sus modales.
Empecé a oler un aliento a café, odio lo común que es. Agradezco a cualquier persona que tenga aliento a cualquier otra cosa fétida.
Una mujer entra al restaurante pero no mira hacia el frente, memoriza cada esquina. No parece buscar su mesa sino busca quién la está viendo. Sólo por saber, sólo por darse seguridad.
Vi a un hombre sentado en una silla, permaneció ahí durante horas mirando a la nada. Lo entiendo.
Había una mujer que platicaba en una mesa con su madre. Cada vez que la mamá hacia cualquier comentario, ella le contestaba como si le estorbara.
Alguien escribía y borraba casi todas las palabras y volvía a empezar. La tortura de la hoja en blanco. Nunca sonrío, parecía querer gritar pero sólo seguía.
Había harmónicas y guitarras. Algunas voces. Puro sonido sin ninguna imagen, sólo lo que parecía formarse en la imaginación de las personas que escuchaban las guitarras y las harmónicas y las voces.
Una mujer recibió dinero de otra. Cuando lo contó sabía que faltaba, parecía siempre faltar. Le reclamó.
Un señor paró a una mujer joven que estaba escuchando música a través de sus audífonos. Le explicó que un microbús había matado a una señora unos segundos antes y apuntó hacia ella. La señora estaba cubierta con una sábana y rodeada de velas. El señor le explicó que la mujer no escuchó al camión por tener los audífonos puestos. “Ay, hasta chinito me puse” y siguió.
Tres personas se saludaron hipócritamente. Parecía que tenían cuchillos en la espalda.
Alguien movía la pierna en señal de desesperación, tic o quizá tenía alguna melodía en la cabeza.
Un grupo de personas daba patadas frente a un espejo. Todos al mismo tiempo. Coordinaban perfectamente bien y gritaban con cada movimiento. Sudaban y jadeaban.
Un taxista cerraba los ojos en cada semáforo para aprovechar unos segundos de sueño, pero de alguna manera sabía perfectamente cuándo avanzar, como si un pequeño duende del sueño le tocara la ventana y le avisara de la luz verde.
Vi a un hombre y una mujer discutir arriba de un camión de basura. Estaban cómodos en esa posición, parecía muy familiar para ellos. Iban en la parte de atrás. Creo que era una discusión amorosa, de las casi inconfundibles. Los dos sucios, los dos aferrándose para no caer.
Una niña se preparaba quesadillas en un sartén. Tenía una manera muy particular de hacerlo: con las manos partía el queso Oaxaca en pedazos delgados y los esparcía en la tortilla. Si un pedazo era muy grueso lo tiraba. Cada trozo parecía tener el mismo espacio entre sí.
Escuché un orgasmo.
Leí un letrero: “Vecino, no deje comida en el camellón. Engorda a las ratas.Un hombre joven inflaba las llantas de su bicicleta.
Dos personas chocaron entre si, pareció que disfrutaron el momento. Sus manos rozaron levemente y sólo se dejaron ir porque era lo correcto.
Vi a un niño llorando arriba de escombros. Una realidad que esta vez sólo vivía en una fotografía.
A lo lejos, una señora camina con tacones incómodos, ropa demasiado ajustada, un peinado que se mide en centímetros y una falsa sonrisa de comodidad.
La historia de un matrimonio de enanos que dieron a luz a un hijo de gran altura.
Un sobrecargo, aeromozo o el nombre que comúnmente se le llama a esas personas que saben mucho de la comida en el aire. Buscaba el uniforme antiguo de otro como él. No lo encuentra, parece decepcionado.
Entendí la historia del mundo por la evolución en la longitud de las faldas.
Un cerebro partido a la mitad, una parálisis facial, una historia de muerte y renacimiento contada por el segundo aire.
El señor que vende boletos de lotería con su peinado típico, relamido, un pantalón bien planchado, una camisa fajada exclusiva de su especie y dos dientes perdidos: marca forzosa de la estirpe.
Un mosaico fuera de lugar.
Un perro que persigue sombras.
La luz que pasa a través de la ventana de un auto formando un brazalete en la muñeca de una joven mujer y que va recorriendo su brazo hasta formar un collar y luego desaparecer.
El frisbee en el árbol.
Una persona que no sabe que está siendo observada.
Y luego yo, narrando lo que veo mientras te busco. Viviendo cada lugar donde te extraviaste. Imaginando que todo lo ves conmigo. Y pensar que seguiré viendo. Tal vez me quite los ojos para sólo verte en mi imaginación, donde ocupas cada esquina. ¿Y mis ojos? Te los regalo para que sufras. Toma.
El regalo que todos queremos hacer porque todos hemos vivido esta historia.
//la historia la tome de un blog excelente... lector si tienes tiempo visitalo